martes, 7 de junio de 2011

Bondad moral, belleza y vida universitaria

Bondad moral,  belleza y vida universitaria[1]

Introducción

La Universidad “será lo que sean sus profesores, no sólo por su competencia científica y profesional, sino sobre todo por el testimonio límpido de su fe, por su humanidad plena y realizada en la que se unifican existencialmente la verdad, el bien y la belleza”[2]. Poupard –en quien nos inspiramos para el desarrollo de la presente ponencia- a continuación de lo dicho nos anima a los profesores para vivir en plenitud nuestra vocación de académicos cristianos. Al respecto, hace uso de una imagen tomada de la mitología y la literatura clásica. Se trata de Eneas, quien llevando sobre sus hombros a su anciano padre Anquises y de la mano a su hijo Ascanio, representa el lazo de unión entre el pasado y el futuro. Por lo que continúa diciendo: “El profesor universitario está llamado a desempeñar este papel frente a sus alumnos. Por una parte, lleva consigo el bagaje intelectual y existencial de las generaciones precedentes, y por ello puede convertirse en un punto de referencia seguro. Al mismo tiempo, conduce de la mano a las nuevas generaciones hacia regiones que él mismo ignora”.

A partir de sus consideraciones nos interesaría desarrollar, en el presente trabajo, la posible y efectiva relación entre la bondad moral, la belleza y la vida universitaria teniendo en cuenta, principalmente, un pasaje de nuestro Maestro Tomás de Aquino en S. Th. II-II, q. 145, a. 2, en el que trata acerca de la virtud de la honestidad (de honestitate) y su vinculación con la belleza (pulchrum) o decoro (decus)[3]. Teniendo en cuenta que, como afirma Pseudo-Dionisio en el libro IV Acerca de los Nombres Divinos, en la noción de bello o decoroso concurren tanto la claridad como la debida proporción, en este pasaje el Aquinate sostiene que la belleza espiritual consiste en que la conducta del hombre (conversatio hominis) o su acción, sea bien proporcionada de acuerdo a la claridad espiritual de la razón. Esto último es lo propio de la virtud de la honestidad, que se identifica con la virtud, debido a que modera todas las realidades humanas de acuerdo a la razón. Por consiguiente lo honesto es lo mismo que la belleza o decoro espiritual.

La bondad moral

En primer lugar, hagamos memoria de algunas afirmaciones elementales en torno al bien moral. Teniendo presente que el bien, desde una perspectiva metafísica, es algo propio del ente en cuanto tal, digamos que el bien moral es el propio de toda creatura racional, y en nuestro caso específico, lo entenderemos en relación al hombre. El bien moral “[...] es propio del hombre y de su acciones libres; es el bien correspondiente a lo más específico de la naturaleza humana”[4]. Como indica Rodríguez Luño: “La naturaleza humana y los fines que ella nos señala, constituyen el fundamento ontológico de nuestra conducta, los indicadores que marcan el camino hacia nuestro bien”[5]. El bien reviste el carácter de moral porque “[…] el hombre es libre, de manera que la consecución de su bien depende y es causada por su libre determinación[6]. Otra manera de definir al bien moral es la que señala el mismo autor en su Ética: se trata de “[…] el bien conveniente a la naturaleza humana según el juicio de la recta razón[7], siendo la recta razón la que “[…] conoce sin error los fines que el hombre debe buscar con sus actos[8].

La belleza

 En segundo lugar, tratemos resumidamente acerca de la belleza o el decoro. Bello es “aquello cuya contemplación agrada”[9], según afirma Tomás. Como glosan Alvira, Clavell y Melendo siguiendo al mismo Tomás hay “[...] una belleza inteligible, propia de la vida espiritual, una belleza sensible, de rango inferior. La belleza inteligible se vincula necesariamente con la verdad y la bondad moral; de ahí que la fealdad (privación de la belleza) sea propia del error, de la ignorancia, del vicio y de los pecados. Hay también una belleza natural, que procede de la naturaleza de las cosas; y una belleza artificial, que se encuentra en las obras humanas en las que el hombre intenta plasmar algo bello (el objeto del arte, o de las bellas artes, es precisamente hacer cosas bellas)”[10]. La percepción de lo bello (ya sea material, ya espiritual) añade al mero conocimiento cierto agrado por lo contemplado y apetecido. En este sentido, “cabe considerar la belleza como un tipo particular de bondad, pues responde a un cierto apetito que se aquieta al contemplar lo bello. Se trata de un bien específico, distinto de otros tipos de bienes: todo bien produce un gozo cuando se alcanza, pero las cosas que son bellas engendran un agrado especial por el mero hecho de conocerlas[11]. Con todo, cabe remarcar que “[...] los caracteres que hacen bello un objeto surgen, en último término, del ser de cada criatura[12]. Una cosa se denomina bella simpliciter “[...] cuando posee toda la perfección requerida por su naturaleza[13]. Esta belleza simpliciter posee tres características: la armonía o proporción; la integridad o acabamiento y la claridad. Tengamos presente que “[...] el cenit de la belleza se mide respecto a la consecución del fin trascendente, porque allí es también donde se halla el culmen de la perfección. [...] el grado de belleza más alto que objetivamente puede lograr el hombre es el que se desprende de su libre ordenación a Dios[14]. La belleza corporal queda, en comparación con ésta, en segundo plano”[15].

La vida universitaria[16]

En tercer lugar, tratemos de responder a esta pregunta: ¿en qué consiste la vida universitaria?

Afirma el sabio Rey Alfonso X (1221-1284) que la Universidad es el “ayuntamiento de profesores y estudiantes para el saber”. El fin convocante de sus miembros es el saber, no otro y en torno al mismo, por cierto, se plasman otras realizaciones que pueden llevarse a cabo en el lugar físico de la Universidad, pero que revisten importancia si conspiran para el cumplimiento del fin mencionado. El mismo Poupard destaca la principalía del fin de la vida universitaria para conocer su naturaleza. “[…]. Hablando de universidad, la pregunta no es cómo ha de funcionar mejor la Universidad… sino qué ha de ser. Es necesario partir de la pregunta esencial, la pregunta por el telos, el fin de la universidad; sólo una vez respondida esta pregunta será posible resolver los problemas derivados de su funcionamiento”[17].

Este saber del que hablamos, no sólo por razones históricas sino también doctrinales, no es unilateral sino integrador. El saber universitario incluye tanto las ciencias humanas como la theologia, una de las realizaciones analógicas de la sacra doctrina[18]. Todavía más, podemos hablar de la Universidad como el lugar en el que debe lograrse esa saludable síntesis entre razón y fe, entre ciencias humanas y teología. Al interior de la institución universitaria, la búsqueda de la verdad y la certeza de conocer la fuente de la misma se complementan entre sí.

Bondad moral, belleza y vida universitaria

En este momento, podemos ya establecer una posible relación entre el bien moral, la belleza y la vida universitaria.

Recordemos que la honestidad coincide con la belleza o decoro en cuanto a la debida proporción y la claridad, a la que también podemos agregar la nota de la integridad. En el caso de la honestidad, la debida proporción se da en los actos humanos que son iluminados por la recta razón, de la cual procede, obviamente, esa claridad aludida. Podemos decir que una vida moral es bella en la medida que nos da cuenta, bajo la luz clarificadora de la recta razón, de la debida proporción de nuestras acciones humanas en vistas al fin perfectivo de nuestra existencia. Nos interesa destacar ahora la aplicación de esta relación honestidad-belleza en la vida universitaria.

Como ya fue dicho, el fin de la Universidad es el saber. En consecuencia, para la actualización de esta institución serán adecuadas todas aquellas acciones que, articuladas entre sí, procuren la realización del mismo fin. Sin quitar importancia ni responsabilidad en la configuración concreta de la vida universitaria a los alumnos, en algún sentido sus principales agentes son los profesores o maestros. Por esto mismo, buscamos perfilar, en las líneas que siguen, cierto modelo de profesor universitario que revele la belleza de la vida moral.

Poupard, en su discurso antes citado, destaca que profesor es el que hace profesión de algo. ¿De qué hace profesión? Hace profesión de consagrarse al estudio de la verdad. Santo Tomás “recuerda que para el estudio no basta únicamente un método de estudio adecuado, sino que es necesario además un modo de vida coherente[19]. Señalemos, entonces, algunas virtudes morales, entre otras, que a nuestro parecer revisten importancia en la vida universitaria.

Al respecto, conviene destacar, en primer lugar, la virtud de la estudiosidadstudiositas-. Lo propio de esta virtud, enseña el Aquinate, es la moderación del conocimiento[20]. Ella no significa directamente una relación con el conocimiento sino con el apetito y el interés por adquirirlo[21]. A esta virtud se opone la curiosidad[22].

Pero el profesor universitario no sólo es un estudioso sino que también es un servidor de la verdad[23]. No se trata, por supuesto, de una responsabilidad menor ni accesoria en la configuración de la Ciudad, teniendo en cuenta el carácter destacado que tienen los contempladores de la verdad y podríamos agregar también los transmisores de su contemplación –contemplata aliis tradere- al interior del orden social-político[24]. Estar al servicio de la verdad exige de nuestra parte una virtud fundamental pero poco frecuente en el ámbito universitario: la humildad. Humilitas[25], virtud típicamente cristiana, de la cual lo propio es moderar y refrenar el espíritu de tender inmoderadamente a las cosas excelsas. Pero también otra virtud común al mundo antiguo y a la cosmovisión católica de la vida: la magnanimidad. Magnanimitas[26], grandeza de alma que, como lo significa la misma palabra, implica una tendencia del ánimo a cosas grandes.

Este carácter de servicio de la vida del profesor universitario, observa Poupard, “no es una simple cuestión metodológica; es una opción grávida de consecuencias[27]. Antes que nada implica “colocar en el centro de la comunidad universitaria a la persona humana”. Pero también implica “el horror a la mentira y a la impostura, el vivo deseo de evitar todo sofisma y de aprisionar la verdad en la injusticia, como previene San Pablo”[28]. Se trata de preferir la verdad a la mentira, lo cual, como indica acertadamente Poupard, “[…] no es solamente un acto propio de la capacidad cognoscitiva del intelecto humano, sino también un acto propio de la libertad que busca el bien, y con ello, la realización plena del sentido de la existencia[29]. Esta preferencia de la verdad a cambio de la mentira exige de nuestra parte la práctica de otra virtud: la veracidad[30], que supone un orden especial por el que nuestros actos externos, palabras u obras, guardan la debida relación con otras cosas: por ejemplo, el signo con lo significado.

Con frecuencia, por falsa humildad, nos conformamos con hallazgos transitorios de la verdad. Pero esta diakonía nos pide el compromiso de no contentarnos “con verdades parciales, fragmentarias y dispersas”, formular el paso del fenómeno al fundamento (Fides et Ratio, 83), de las cosas a las causas, sin darse tregua en esta búsqueda de la verdad[31].

 No hay mayor forma de corrupción que la intelectual, que consiste en aprisionar la verdad en la injusticia y llamar mal al bien[32] afirma Poupard. Esta corrupción se sigue como consecuencia de la infidelidad a la propia vocación de profesor universitario, que es la búsqueda y consiguiente hallazgo de la verdad a la cual servimos.

La tarea que debe llevar a cabo el profesor universitario es el ideal de la paideia, “[…] un ideal de formación y de crecimiento de la persona. Esta paideia cristiana deviene el principio inspirador de toda la vida universitaria”[33].

A modo de conclusión

“Queridos profesores –dice Poupard-, permítanme que les haga una invitación, que es al tiempo un ruego, como uno que conoce la universidad: sean maestros de sus alumnos y no sólo docentes. Dedíquenles todo el tiempo que sea necesario, sin tasarlo mezquinamente. Prolonguen la lección en el trato personal con sus alumnos, estimulen en el trato personal con ellos, la pasión por el saber, el deseo de aspirar a metas más altas, de no conformarse con los logros adquiridos. Demuéstrenles con su vida que es posible realizar la síntesis entre el conocimiento y el amor: que a un mayor conocimiento del mundo y de la realidad, corresponde una vida moral más íntegra, que saber más significa también ser más sabio y, por tanto, mejor. La Universidad católica, si quiere sobrevivir en medio de la despiadada competencia de nuestro tiempo, no necesita sólo de expertos, sino sobre todo de maestros[34].

La personalidad moral de cada uno de nosotros, como maestros y no sólo meros instructores, si permanecemos fieles a nuestra vocación de buscadores y transmisores de la verdad contemplada –contemplata aliis tradere-, se resolverá en cierto esplendor que irradiaremos hacia los alumnos, que apreciarán en nuestra vida un testimonio concreto de testigos fieles y alegres de la Verdad hecha carne. De lo contrario, no sólo seremos responsables de los efectos de nuestra fealdad moral en la propia persona sino que también lo seremos de la confusión y desasosiego de los alumnos que esperaban de nosotros, naturalmente, otra cosa.

Que se cumpla en cada uno de nosotros el deseo de nuestro Maestro Tomás de Aquino hacia su hermano Juan: “echarás ramas y darás frutos útiles en la viña del Señor Altísimo mientras vivas. Si sigues estos consejos, podrás alcanzar aquello a lo que aspiras”[35].



A. Germán Masserdotti

Bondad moral, belleza y vida universitaria

A la luz de la relación que establece Tomás de Aquino entre la honestidad (honestitas) y la belleza (pulchrum) o decoro (decus) en S. Th. II-II, q. 145, a. 2, en el presente trabajo se procura formular una aplicación de esta doctrina en la vida universitaria. El cumplimiento de nuestro oficio de profesores universitarios especialmente mediante la práctica de algunas virtudes morales como la estudiosidad, la veracidad, la humildad y la magnanimidad, entre otras, reflejará hacia nuestros alumnos un esplendor de vida buena. Nuestra tarea, que no se reduce a la sola instrucción sino que debe ser todo un magisterio, nos volverá personas con belleza moral, que es más importante, sin negar su propio valor, que la belleza corporal.

Palabras clave:

In the light of the relation established by Thomas Aquinas between the honesty (honestas) and the beauty (pulchrum) or decorum (decus) in S. Th. II-II, q. 145, a. 2, the present paper tries to formulate an application of this doctrine in the university life. Our fulfillment of our duties as university teachers, specially by practicing some of the moral virtues, like studiosity, veracity, humility and magnanimity, among others, will reflect a splendor of bona vita. Without denying the value of the physical beauty, our task, which is not only instructing but should be a whole magisterium, will turn us into people with moral beauty.



[1] Se trata de la versión ampliada de la ponencia presentada en la XXXIV Semana Tomista Argentina (2009). Agradezco a los editores de la Revista Intus-Legere  Filosofía su publicación.
[2] Poupard, Paul, La Universidad como comunidad de buscadores entre profesores y alumnos, reflejo de la caridad cristiana, 29 de enero de 2009, en http://es.catholic.net/imprimir/index.phtml?ts=51&ca=691&te=1657&id=40729.
[3] Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 145, a. 2, c.: “Respondeo dicendum quod, sicut accipi potest ex verbis Dionysii, IV cap. de Div. Nom., ad rationem pulchri, sive decori, concurrit et claritas et debita proportio, dicit enim quod Deus dicitur pulcher sicut universorum consonantiae et claritatis causa. Unde pulchritudo corporis in hoc consistit quod homo habeat membra corporis bene proportionata, cum quadam debiti coloris claritate. Et similiter pulchritudo spiritualis in hoc consistit quod conversatio hominis, sive actio eius, sit bene proportionata secundum spiritualem rationis claritatem. Hoc autem pertinet ad rationem honesti, quod diximus idem esse virtuti, quae secundum rationem moderatur omnes res humanas. Et ideo honestum est idem spirituali decori. Unde Augustinus dicit, in libro octogintatrium quaest., honestatem voco intelligibilem pulchritudinem, quam spiritualem nos proprie dicimus. Et postea subdit quod sunt multa pulchra visibilia, quae minus proprie honesta appellantur”.
[4] Rodríguez Luño, Ángel, Ética, EUNSA, Pamplona, 1989, p.37.
[5] Ibidem, p.39-40.
[6] Ibidem., p.40.
[7] Ibidem, p.41.
[8] Idem, p.41.
[9] Tomás de Aquino, S. Th., I, q. 5, a. 4, ad 1: “Ad primum ergo dicendum quod pulchrum et bonum in subiecto quidem sunt idem, quia super eandem rem fundantur, scilicet super formam, et propter hoc, bonum laudatur ut pulchrum. Sed ratione differunt. Nam bonum proprie respicit appetitum, est enim bonum quod omnia appetunt. Et ideo habet rationem finis, nam appetitus est quasi quidam motus ad rem. Pulchrum autem respicit vim cognoscitivam, pulchra enim dicuntur quae visa placent. Unde pulchrum in debita proportione consistit, quia sensus delectatur in rebus debite proportionatis, sicut in sibi similibus; nam et sensus ratio quaedam est, et omnis virtus cognoscitiva. Et quia cognitio fit per assimilationem, similitudo autem respicit formam, pulchrum proprie pertinet ad rationem causae formalis”. En relación a la complacencia contemplativa que genera lo bello –pulchrum-, cfr. especialmente Sanguineti, Juan J., “La complacencia contemplativa”, en Actas XXXIV Semana Tomista (2009).
[10] Alvira, Tomás - Clavell, Luis- Melendo, Tomás, Metafísica, EUNSA, Pamplona, 1993, p.187-188.
[11]Ibidem, p.188.
[12] Ibidem, p.189.
[13] Idem, p.189.
[14] En referencia a la belleza moral, cfr. especialmente Widow Lira, José L., “La belleza en la vida moral”, en Actas XXXIV Semana Tomista (2009).
[15] Alvira, Tomás - Clavell, Luis- Melendo, Tomás, op. cit.. p.192. Las itálicas son nuestras.
[16] Entre otros, cfr. especialmente Derisi, Octavio N., Naturaleza y vida de la Universidad, Eudeba, Buenos Aires, 1969. Destacamos algunos juicios del autor en relación a la vida universitaria. Señala Derisi: “Nació primero el espíritu y luego el cuerpo. Porque en sus comienzos la Universidad no tenía edificios propios… Se transmitía más que una información, una formación, un modo de pensar, para abrirse el camino de acceso a la verdad” (Idem., p. 61). En lo que toca a la originalidad en los momentos iniciales de la Universidad –el Medioevo-, observa: “No se concebía entonces la originalidad como una ruptura con la doctrina tradicional, como comienzo de algo totalmente nuevo desde la nada, sino como un crecimiento de una verdad –natural y sobrenatural- ya poseída” (Ibidem, p. 62). Y destaca en más de una oportunidad la idea de la Universidad como una sola comunidad de profesores y alumnos: “No sólo no existían, pero ni siquiera se hubiesen concebido dos gremios: maestros y discípulos. En la unidad espiritual de la comunidad universitaria –más vivida intensamente, que reflexivamente consciente- la disgregación de los sectores que le componían hubiese carecido de sentdo y de eco” (Ibidem, p. 63). “Cuando se logra realizar, al menos en cierta medida, esta Comunidad Universitaria, desaparecen ipso facto las tentaciones de escisión de la misma en dos gremios opuestos: el de los estudiantes frente al de los maestros y autoridades... EN UNA AUTÉNTICA UNIVERSITAS SOLO EXISTE UN GREMIO O, MEJOR TODAVIA, UNA SOLA COMUNIDAD, INTEGRADA POR LOS MAESTROS QUE ENSEÑAN Y LOS ALUMNOS QUE APRENDEN, ORGANIZADA EN LA UNIDAD JERÁRQUICA POR EL ÚNICO ESPÍRITU DE AMOR Y COMPRENSIÓN QUE LA ANIMA Y CONSTITUYE PRECISAMENTE COMO UNIVERSITAS. Cuando las luchas de estudiantes contra los maestros en la Universidad prosperan, es porque la Comunidad Universitaria se ha debilitado o ha muerto. Cuando maestros y alumnos trabajan juntos con amor en la búsqueda de la comunicación de la verdad, tales problemas no existen o pierden su vigencia y fuerza” (Ibidem, p. 70. Las mayúsculas son del autor).
[17] Poupard, Paul, op. cit. El Cardenal se refiere a la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid), pero sus palabras se pueden aplicar, por cierto, a la institución universitaria en sí misma considerada. “El objetivo de la Universidad no es únicamente conseguir la inserción en el mercado de trabajo, sino antes y sobre todo, la búsqueda de la verdad, en esa relación única que se establece entre el maestro y el alumno, verdadera comunión de vida, «ayuntamiento», en las palabras del rey sabio. Decir Universidad es decir universalidad en el saber, la pasión por el conocimiento en toda su extensión, de la que participan todas las facultades, para superar la fragmentación de saberes en que tiende a encerrarse el conocimiento” continúa diciendo. Y advierte contra los peligros que acechan a la vida universitaria (Idem). La Universidad debe “[…] evitar la tentación de adaptarse servilmente a las exigencias del mercado y transformarse simplemente en una escuela profesional de alto nivel. La Universidad no puede reducirse a una fábrica de titulados, ni ha de regirse sólo por criterios de eficiencia y rendimiento económico, por muy necesarios que estos sean. Sus alumnos no pueden ser calificados de «jóvenes profesionales», como pomposamente proclama la publicidad de algunas universidades, buscando arrancar clientes a la competencia” (Idem). Las itálicas son nuestras. En el mismo sentido observa Derisi: “[…]. Los estudiantes han encontrado en la Universidad los conocimientos especializados de su carrera, muchas veces en el más alto nivel e incluso han sido dirigidos con la precisión de las máquinas computadoras; pero han carecido de la formación humana y cristiana y de una atmósfera humanista. Han sido formados, en el mejor de los casos, buenos químicos, ingenieros, abogados o médicos, buenos hombres de ciencia pura, pero se ha descuidado formarlos como hombres y más todavía como cristianos”. Y en referencia a ladisconformidad de los estudiantes –fuera de que puede responder a otras causas menos nobles-, agrega: “[…]. Se trata en muchos casos de una reivindicación –enturbiada con otros motivos bastardos- de la persona humana y de sus valores olvidados en una Universidad puramente científica o tecnológica, económica o utilitaria, en una Universidad, en definitiva, de medios sin fin, de negotia sin otia, de enseñanza y de información pero no de formación estrictamente humana” (Derisi, Octavio N., op. cit., Eudeba, Buenos Aires, 1969, p. 98).
[18] Para la consideración de la teología como un analogado de sacra doctrina puede verse especialmente Sicouly, Pablo, “«Sacra doctrina»: una noción clave para la comprensión de la teología y su relación con las ciencias en Santo Tomás de de Aquino. Interpretaciones y perspectivas”, en Actas de la XXIX Semana Tomista (2004).
[19] Poupard, Paul, op. cit. Las itálicas son nuestras.
[20] Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 166, c.: “Respondeo dicendum quod studium praecipue importat vehementem applicationem mentis ad aliquid. Mens autem non applicatur ad aliquid nisi cognoscendo illud. Unde per prius mens applicatur ad cognitionem, secundario autem applicatur ad ea in quibus homo per cognitionem dirigitur. Et ideo studium per prius respicit cognitionem, et per posterius quaecumque alia ad quae operanda directione cognitionis indigemus. Virtutes autem proprie sibi attribuunt illam materiam circa quam primo et principaliter sunt, sicut fortitudo pericula mortis, et temperantia delectationem tactus. Et ideo studiositas proprie dicitur circa cognitionem”. Las itálicas son nuestras.
[21] Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 167, c: “[…] studiositas non est directe circa ipsam cognitionem, sed circa appetitum et studium cognitionis acquirendae”.
[22] Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 167.
[23] “Así pues, la misión propia de la universidad, y principalmente de la Universidad católica, es la «diakonía de la verdad», el servicio apasionado a la verdad” afirma Poupard en el discurso ya aludido. Poupard, Paul, op. cit. Las itálicas son nuestras.
[24] Tomás de Aquino, Contra Gentiles, III, 37, 7: Ad hanc etiam omnes aliae humanae operationes ordinari videntur sicut ad finem. Ad perfectionem enim contemplationis requiritur incolumitas corporis, ad quam ordinantur artificialia omnia quae sunt necessaria ad vitam. Requiritur etiam quies a perturbationibus passionum, ad quam pervenitur per virtutes morales et per prudentiam; et quies ab exterioribus perturbationibus, ad quam ordinatur totum regimen vitae civilis. Ut sic, si recte considerentur, omnia humana officia servire videantur contemplantibus veritatem”.Es decir, que si se formula una consideración adecuada, todos los oficios deben servir a los que contemplan la verdad. Las itálicas son nuestras.
[25] Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 161, a. 1, c.: “[...]. Dictum est autem supra quod circa motus appetitivos qui se habent per modum impulsionis, oportet esse virtutem moralem moderantem et refrenantem, circa illos autem qui se habent per modum retractionis, oportet esse virtutem moralem firmantem et impellentem. Et ideo circa appetitum boni ardui necessaria est duplex virtus. Una quidem quae temperet et refrenet animum, ne immoderate tendat in excelsa, et hoc pertinet ad virtutem humilitatis”. Las itálicas son nuestras.
[26] Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 129, c.: “Respondeo dicendum quod magnanimitas ex suo nomine importat quandam extensionem animi ad magna. [...]. Et quia habitus virtutis principaliter ex actu determinatur, ex hoc principaliter dicitur aliquis magnanimus quod animum habet ad aliquem magnum actum. [...]. Sic autem dicitur aliquis magnanimus ex his quae sunt magna simpliciter et absolute, sicut dicitur aliquis fortis ex his quae sunt simpliciter difficilia. Et ideo consequens est quod magnanimitas consistat circa honores”. Las itálicas son nuestras.
[27] Poupard, Paul, op. cit. Las itálicas son nuestras.
[28] Poupard, Paul, Idem. Las itálicas son nuestras.
[29] Poupard, Paul, Idem. Las itálicas son nuestras.
[30] Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 109, a. 2, c.: “[...]. Est autem specialis quidam ordo secundum quod exteriora nostra vel verba vel facta debite ordinantur ad aliquid sicut signum ad signatum. Et ad hoc perficitur homo per virtutem veritatis. Unde manifestum est quod veritas est specialis virtus”. Las itálicas son nuestras.
[31] Poupard, Paul, op. cit. Las itálicas son nuestras.
[32] Poupard, Paul, Idem. Las itálicas son nuestras.
[33] Poupard, Paul, Idem. Un tópico relacionado con el de la paideia es el de la realización de la sabiduría. Poupard menciona en su discurso el testimonio del Cardenal John Henry Newman en torno al mismo. Sólo mencionamos esta conexión y no la desarrollamos teniendo en cuenta la extensión máxima permitida para este trabajo. Las itálicas son nuestras.
[34] Poupard, Paul, op. cit. Las itálicas son nuestras.
[35] Tomás de Aquino, De modo studendi: “[…] sequens vestigia, frondes et fructus in vinea domini Sabaoth utiles, quandiu vitam habueris, proferes et produces. Haec si sectatus fueris, ad id attingere poteris, quod affectas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario